QUIÉN LO HUBIERA IMAGINADO

Estoy en un pasillo alargado y sombrío, con las paredes desconchadas y apenas un halo de luz entrando por una de las ventanas rotas, tapiadas con maderas para evitar que se cuelen en el edificio. El silencio es tan sepulcral que oigo mi propia respiración, como si tuviera alguien pegado a mi oreja, respirando encima de mí. 

De repente, un sonido me obliga a detenerme y poner más atención para saber de dónde viene. Suena muy lejano, como si fuera un susurro dicho en una ventisca que no te deja entender qué está diciendo. Parece una risa…; no, un grito…; no, un murmullo…; no, un… un… ¡un llanto! 

Es el llanto de un bebé desconsolado, como si alguien le hubiera abandonado en ese lugar lúgubre para que no tenga oportunidad de sobrevivir. Comienzo a correr… necesito encontrarlo y salvarlo porque en este sitio hace mucho frío y se va a congelar en pocos minutos. Pobre niño, ¿quién habrá sido el malnacido que ha dejado a una criatura tan indefensa ahí, abandonada, dejada de la mano de Dios? 

Corro… corro… y corro todo lo que puedo. Los pulmones me van a estallar de tanto forzarlos por respirar en esa carrera, que parece más el sprint final de una competición que la carrera de una mujer no acostumbrada al ejercicio. El llanto cada vez lo oigo más cerca; sin embargo, el pasillo no parece acabar nunca. Paso puertas roñosas y destrozadas por el tiempo, una y otra vez, las mismas puertas, pero no logro avanzar. ¿Por qué? 

Quiero llegar al bebé y me veo incapaz de adelantar apenas unos pasos; es como si estuviera en la cinta de un gimnasio poniéndome en forma y no avanzo porque la cinta no me deja; pero mi corazón bombea a mil por hora, no por el esfuerzo, sino por la angustia de no poder alcanzar ese niño. 

Parece que ya estoy más cerca, puedo oírlo llorar con más fuerza, sentir el olor de su piel e, incluso, veo una silueta, pequeña, diminuta al final del pasillo, junto a una puerta que parece estar abierta y que da la sensación de que, en cualquier momento, una mano va a aparecer para llevarse al niño. Aprieto mi paso y según me acerco puedo ir distinguiendo sus rasgos, sus ojos grandes y oscuros, su pelusilla negra en la cabeza, que aún no ha cambiado porque es un bebé de apenas cuatro meses, su minúscula naricilla y con terror, descubro que es… ¡mi hija! 

El llanto se me clava en los oídos como agujas y… me saca de la pesadilla. Mi hija está llorando como si fuera ese bebé abandonado y desconsoladamente, con premura me incorporo de la cama para atenderla. Debe tener hambre o se ha hecho caca y hay que cambiarla. La cojo de su cunita y me saco un pecho para apaciguar su desazón y que alivie ese apetito tan voraz que tiene. No me ha podido salir una hija más glotona. En tan solo cuatro meses está igual de grande que si fuera un bebé de casi seis. Ella atrapa mi pezón con fuerza y enseguida comienza a succionar, calmando esa ansia que tenía por que la dieran de comer. 

Mientras ella se sacia, yo acaricio su mejilla y su pelo, y la miro como una madre primeriza enamorada del maravilloso milagro de la vida que he logrado hacer. Ella es mi tesoro, lo mejor que me ha pasado y por la que ahora me toca luchar y hacer todo lo que esté en mi mano porque sea una niña feliz. Pero…

 ¿Quién lo hubiera imaginado que, tras terminar el B.U.P, me fui a una rama de F.P., a continuar mis estudios y cuando descubrí que esa rama de contabilidad me apasionaba, accedí a estudiar la carrera de empresariales? 

¿Quién lo hubiera imaginado que, tras ser contratada como becaria en una gran empresa de mi país, me dejaran fija y en apenas unos años me comenzaran a dar cargos de más responsabilidad, llegando a llamarme la Sargento de Hierro por lo tenaz, tajante e implacable que era en mi trabajo?

 ¿Quién lo hubiera imaginado, que la estabilidad que me daba mi trabajo y el buen sueldo, me permitió viajar, salir con mis amigas, conocer gente… en definitiva, vivir la vida? ¿Quién lo hubiera imaginado, que cuando hace unos años estando en un restaurante con mi familia y un bebé de apenas unos meses lloró, tras despertarse de su siesta, me molestara tanto que protestara diciendo: «no entiendo cómo pueden traer los niños tan pequeños a un restaurante para que lloren, ¡yo quiero comer tranquila, sin la molestia de un niño berreando al lado!»?

 ¿Quién lo hubiera imaginado que, tras ese desafortunado comentario, yo conociera a un chico con el que entablara una relación estable, con el objetivo de comenzar una nueva familia, ¡yo!, ¡la misma que se quejó del llanto de un bebé!? Increíble. 

¿Quién lo hubiera imaginado que, tras fracasar esa relación y amparada en que me habían ascendido en mi empresa y ahora tenía a mi cargo todo un departamento con más de veinte trabajadores bajo mi mando, con la consiguiente subida de sueldo; que yo tomaría la decisión más importante y crucial de mi vida: ser madre soltera? 

¿Quién lo hubiera imaginado que, a mis cuarenta y cinco años me quedaría embarazada al segundo intento de fecundación in vitro, con unos óvulos propios y el semen de un donante?

 ¿Quién lo hubiera imaginado que, tras un embarazo perfecto, sin ningún tipo de contratiempo, saliera de mí una preciosa niña que llamaría Lucía porque ella ha pasado a ser la luz de mi vida y, aunque nunca he estado en la oscuridad, desde que la tengo todo se ilumina de un color diferente cada día?

 ¿Quién lo hubiera imaginado que, me tomaría cerca de seis meses de baja en mi trabajo, por mi maternidad, y, durante ese tiempo, un compañero me hubiera sustituido y, ahora, ese compañero, sea mi jefe? 

Mi hija gruñe porque quiere que la cambie de pecho, lo hago y acariciándole de nuevo su cabecita, le digo:

-Sí, Lucia, cariño, has venido a un mundo en el que ser mujer no es nada fácil y mucho menos madre. Has venido a un mundo en el que, a pesar de la lucha que llevamos las mujeres desde hace siglos, aún nos quedan muchas batallas por ganar y muchos objetivos por conseguir. 

»Has venido a un mundo en el que, aunque hayas demostrado tu valía, en el momento que pongas tu vida a disposición de tu maternidad, dejarás de ser tan válida porque, según palabras textuales de mi jefe: «Marta, estamos muy contentos contigo, pero necesitamos alguien que esté al pie del cañón a cualquier hora y tú, ya no lo vas a poder estar porque ahora tu prioridad es tu hija». Maldito hijo de… 

»Claro, mi nuevo jefe jamás pondrá su vida a disponibilidad de su paternidad, para eso ya tiene a su mujer, si es que la tiene.

»Sí, Lucia, cariño, has venido a un mundo en el que te tocará demostrar más que nadie que, aunque seas madre, puedes cumplir con tu trabajo y organizarte para poder dar ese tiempo de disponibilidad, como le había pasado a tu madre, que ya tenía yo mi infraestructura para cuando tuviera que quedarme más horas; pero ni si quiera se me ha dado la opción de plantearlo, porque la decisión, ya estaba tomada.

»Quien lo hubiera imaginado, que yo, una mujer empoderada y con cierto éxito, por mi maternidad, por decidir ser madre, por traer una vida a este mundo, se me haya relegado a un puesto inferior porque no voy a poder dedicarle el tiempo que me reclame la empresa.

»Pero, ¿sabes una cosa, mi vida? Jamás cambiaría la decisión que tomé cuando decidí tenerte sola, por nada del mundo, y a pesar de que me he llevado un buen disgusto, sé que sabré adaptarme a las nuevas circunstancias y lograré que crezcas siendo una niña feliz y con todas tus necesidades cubiertas. ¡Tú déjamelo a mí, verás como lo conseguimos! Porque nadie, jamás, imaginará de lo que es una madre capaz.