23 Jan
23Jan

El pasado 24 de diciembre, mi madre se fue de este mundo y nos dejó desolados a mi hermano y a mí. Durante un mes y medio luchamos porque se recuperara y volverla a tener como antes con nosotros: con 91 años viviendo sola e independiente. Pero el tiempo, la edad y sus huesos le pasaron una mala jugada, fracturándose una vértebra que le producía tal dolor, que decidió tirar la toalla y dejar de luchar.

Ver cómo tu madre se va consumiendo y se va negando a seguir adelante o querer vivir más años, es muy duro; aunque más duro aún es ver el dolor en su rostro y la súplica en sus ojos de no querer sentir ese dolor.

Durante mes y medio hicimos todo lo que pudimos como sus hijos que la querían y deseaban que siguiera con nosotros, pero pudo más su voluntad de querer abandonar este mundo, que todo nuestro empeño en que volviera a ser la que era.

En verdad, nos estábamos engañando porque con la edad que tenía y las pocas soluciones médicas que le ofrecieron, el mitigar o hacer desaparecer ese dolor era misión casi imposible. Y, aunque nosotros pusimos todo de nuestra parte y le buscamos todos los apoyos posibles, cuando alguien no desea curarse, no lo hace.

Ella no quiso. Ella se había cansado ya de estar en esta vida y deseaba irse para reunirse con sus familiares más queridos. Ella ya había aportado a este mundo todo lo que pudo aportar y creyó que ya no podía aportar más, pero sí podía. Podía seguir a nuestro lado, ver a su nieto sacarse la carrera y seguir disfrutando de nuestra compañía. Sin embargo, para ella eso no fue suficiente y era más el deseo de quitarse el dolor que de seguir con nosotros para que los días fueran exactamente iguales uno tras otro, sin cambio, sin mejoría y sin esperanza.

Y se fue un 24 de diciembre, Noche Buena del 2024, justo a las nueve en punto, cuando el rey de España comenzaba su discurso. En momentos de apaciguar mi dolor digo de broma que no quiso escuchar más al rey su charla y se fue antes para no aguantarla.

Por suerte, antes de su marcha, pudimos despedirnos todos de ella: sus hijos y sus nietos, e incluso algún sobrino y su propia hermana. Eso nos dio paz para entender que no se nos iba definitivamente, ya que siempre la llevaremos en nuestro recuerdo y en nuestro corazón.

Como digo nos dio tiempo a despedirnos y, a pesar de que sé que no me va a leer nunca lo que voy a escribir a continuación, quiero dejarlo aquí como testigo de lo que ella significó para mí.

GRACIAS MAMÁ, NO SOLO POR DARME LA VIDA, SINO TAMBIÉN POR AYUDARME EN LOS MOMENTOS DIFÍCILES, DARME TU APOYO CUANDO MÁS LO NECESITABA, ESCUCHARME Y ENTENDER MIS NECESIDADES.

GRACIAS MAMÁ, POR ESTAR AHÍ DURANTE ESTOS CINCUENTA Y TRES AÑOS DE MI VIDA. SIEMPRE SERÁS MI EJEMPLO A SEGUIR TANTO DE LO QUE ADMIRÉ DE TI COMO DE LO QUE JAMÁS QUIERO REPETIR.

VUELA ALTO MAMÁ.

TE QUIERO.


Comentarios
* No se publicará la dirección de correo electrónico en el sitio web.